
Antes de imaginar Herland, Charlotte Perkins Gilman escribió una novela menos conocida pero igual de visionaria: Moviendo la montaña (1911). En ella planteó algo insólito para su tiempo: una utopía posible. No un sueño lejano, sino una transformación inmediata del mundo que conocía.
La historia parte de un accidente. John Robertson despierta en el futuro, hacia 1940, tras haber pasado veinte años aislado en el Tíbet. Regresa a unos Estados Unidos irreconocibles: un país sin pobreza, sin racismo ni prostitución, donde la igualdad entre hombres y mujeres es completa y nadie trabaja más de dos horas al día. Las enfermedades son raras, la educación es racional, y la naturaleza, antes devastada, comienza a recuperarse. El precio, sin embargo, es alto: la pérdida de ciertas libertades individuales en favor del bien común.
Gilman, escritora, socióloga y una de las mentes más lúcidas del feminismo estadounidense, utiliza la trama como excusa para analizar los pilares de una sociedad nueva, “más allá del socialismo”. En su prólogo, sitúa su obra junto a La república de Platón o Utopía de Tomás Moro, pero introduce una idea audaz: la suya no es una fantasía distante, sino una “utopía inminente”, alcanzable.
La recuperación de Moviendo la montaña dentro del catálogo de Uve Books amplía la mirada sobre la autora más allá de su célebre El empapelado amarillo. La editorial la presenta en una edición que conserva las ilustraciones originales de Coles Phillips, con sus figuras femeninas elegantes y su uso pionero del espacio negativo.
Moviendo la montaña es una rareza dentro de la literatura utópica, un texto que no solo sueña con otro mundo, sino que se atreve a organizarlo. En su aparente serenidad late la pregunta que aún incomoda: ¿hasta dónde estaríamos dispuestos a cambiar para vivir mejor?

